domingo 1 de abril de 2012 - ENFOQUES - LA NACIÓN
1982 ::: 30 años de Malvinas ::: 2012
La Argentina sigue ofreciendo un "frente anarco-dialoguista" para encarar algún tipo de solución al conflicto de las islas, pero la confusión, y los discursos políticos más dirigidos a la tribuna, dominan la estrategia de nuestro país.
por Andrew Graham-Yooll
Las
Malvinas son argentinas o algún día quizás serán. Listo, ya quedó expresado el
cliché que nos impusieron desde la primaria hace seis o más décadas. Ahora, lo
cierto es que no sabemos cómo lograr una solución más allá del cliché. Es celebrable que en tiempos recientes se han
oído algunas voces que expresan conceptos diferentes, sin que sean dictados de
la razón, que empiezan a hacer pie entre la estupidez y la estridencia nacional-populista. El nuevo discurso puede variar, si bien
sosteniendo argumentos diferentes y razonables, dado que cada expresión busca
observar un panorama más amplio.
Lo leímos, con dificultad, cuando diecisiete
intelectuales quisieron presentar un documento que recomendaba tomar en cuenta
otros factores en la disputa por las islas.
No pudieron hacer público su documento. También leímos un artículo de
Luis Alberto Romero, que preguntaba si realmente queremos las islas porque así como estamos constituyen una muy útil
distracción). Y lo leímos en La
Nación del 21 de marzo a Claudio Negrete que se preguntaba si
merecemos tener las islas con tanto por solucionar en tierra continental. Vimos en una circular del 26 de marzo que
envió Rodolfo Terragno instando la búsqueda de nuevas formas de negociar con
Gran Bretaña. Es de lamentar que no hemos leído ni escuchado nada de los
políticos y ministros, encorsetados en su visión primaria que los llevó, en 1982, a celebrar el
desembarco de Fortunato y callar el infortunio.
Más de lamentar es que estos últimos son
nuestros voceros y representantes y ofrecen evidencia que, colectivamente, no
son confiables. Es más, se aseguran que la sociedad argentina no sea confiable
en su relación con el mundo. Somos muy tratables personalmente pero un desastre
como sociedad. El problema de esto es
que puede desembocar en varios millones de posiciones políticas. A nivel
individual somos rápidos en reclamar respeto por nuestros derechos (para este
caso léase reclamo territorial) pero no
nos apuramos a respetar los de otros (véanse piruetas de la diplomacia o
consideración de los isleños). El frente
anarco-dialoguista que ofrecemos es confuso y, valga la repetición, no somos
confiable.
Una de las claves de este argumento se apoya
en la forma de encarar “Las Malvinas” en la relación con el Reino Unido. Nos
enseñaron que son argentinas. No lo son. Pensamos que deberían ser parte del
territorio nacional. Muy bien. Pero por
ahora son de los isleños y los pingüinos (isleños, no continentales) y a partir
de esos extremos, el reclamo y la posesión, podríamos encarar a todos los otros
componentes que desbaratan un camino de acción. Pero de otra forma no podemos
esperar que nos tomen seriamente.
El voto de las Naciones Unidas cada año a
favor del reclamo argentino es un soplo a favor de la causa argentina. Nada
más: un gran número de misiones diplomáticas instaladas en Nueva York seguirán
votando a favor nuestro en todas las asambleas que necesarias, a cambio de
algún otro favor (se pagan caros y además el pago tiene su peso en el voto
electoral doméstico), se erigirán en defensores del anticolonialismo, pero no
aportarán nada. Esto trae al recuerdo el
acto en Caracas, en 1982, cuando se anunció un apagón en solidaridad con la
Argentina. Era todo lo que los
venezolanos estaban dispuestos a dar en solidaridad con un régimen contra el
que se había pronunciado su gobierno en varias oportunidades. No se sabe si el apagón registró un milímetro
de barril en las reservas energéticas.
No es razonable pensar a esta altura del
camino que es posible dividir el tema Malvinas en lotes de paquetitos con las
cosas que nos gustan (historia, derechos territoriales, derechos de isleños,
vuelos o no, etc.) y otros paquetitos con los aspectos que nos gustan menos (la
guerra, los veteranos, los muertos, la impresión que dejamos en el mundo, las
desorbitadas manifestaciones integradas por veinte individuos, aparentemente
apañados por algún sector de gobierno, etc.).
El eventual traspaso del gobierno de Malvinas, su negociación, la
creación de un gobierno bipartito para
una transición, la constitución de un territorio diferente a las demás
provincias argentinas, etc., incluye todos esos aspectos.
Ocurrió recientemente que un respetado
diplomático narró una historia desde el arrebato al reclamo pasando por las más
diversas instancias diplomáticas, habló del pasado, pero otorgó una mínima
reflexión a los intereses o los deseos de los isleño, que son parte de
hoy. Poca atención prestó al conflicto
armado de 1982. Esa circunstancia no
puede ser puesta de lado en el diálogo con una nación guerrera unida legal y
económicamente a un bloque de naciones con historias guerreras que tuvieron que
debatir largamente, para adentro y para afuera, el peso político de sus muertos
y sus pérdidas. Nosotros tratamos de
ignorar a nuestros veteranos mientras los muertos sólo reciben el ocasional
beso en la fría superficie de la tierra que los cubre.
No podemos perder de vista que la guerra de
1982 postergó un posible traspaso real de las islas por una generación y si
seguimos con la actual política de desplantes y vituperación va a pasar otra
generación sin ver un pasaporte emitido en las islas.
Tampoco podemos seguir soslayando que los dos
importantes pasos dados en el camino a un principio de solución fueron el
acuerdo entre Buenos Aires y Londres en la ONU de buscar las condiciones para
la descolonización (el gobierno laborista británico de entonces le pareció muy
buena idea), y más recientemente el paso logrado mediante los diálogos del
embajador Lucio García del Solar (1922-2010). El primer punto fue durante la
gestión de Arturo U. Illia (1900-1983), el segundo durante la presidencia de
Carlos Menem, ambos gobiernos que, por una razón u otra, hoy no nos queremos ni
acordar. Poco serio no aceptar que el
pasado nuestro es común a todos.
Hoy tenemos un gobierno que anunció, el
primero de marzo, en un discurso más dirigido a la tribuna que a la diplomacia,
que se van a establecer de prepo tres vuelos semanales a las islas. Esto surge de la presidenta cuyo marido,
también en un gesto dirigido a la popular, mandó a los británicos a volar a
otra parte hace algunos años. En tales
circunstancias es difícil pedir que nos tomen en serio.
Tomado a la distancia la maniobra del
canciller Guido Di Tella (1931-2001), de quien hoy también hay pocos en la
política que se quieren acordar, de enviar regalos navideños de casetes con el
pingüinito Pingu de la BBC a los isleños y luego ositos de peluche, parece una
política (una seducción, un gesto) mucho más iluminado que escuchar a nuestros representantes buscar adjetivos
con los que puedan enrostrar de pirata o colonialista al gobierno de David
Cameron.
Por último, dejemos de engañarnos. Un sondeo de opinión inglés contratado por
el matutino conservador The Daily
Telegraph, oficialistas, que mostró que los británicos piensan que las Malvinas
deberían ser argentinas, no decide nada. Tampoco convence a Cameron, que sabe que
el voto conservador no respaldaría a la encuesta. Esa encuesta nos dice que a los ingleses les
importa tres pingüinos las islas y deberíamos aprovechar la circunstancia
seriamente. Para tenemos que ponernos
serios, ser creíbles y confiables. Nada más.