CIUDAD EQUIS - Revista de Cultura - abril 2012
diario La Voz del Interior - Córdoba
Malvinas, tan lejos, tan cerca.
A 30 años de la Guerra en el Atlántico Sur publicamos un dossier con diversos puntos de vista.
por Andrew Graham-Yooll
Las
Malvinas son argentinas, o lo van a ser en algún momento futuro. Hay solución, es a largo plazo y llegará
cuando alcancemos un tiempo en el que superemos el corto placismo que nos
aqueja y caracteriza. Para ello tendremos que aprender lo que es una negociación
diplomática, en circunstancias realmente diplomáticas.
Nuevamente estamos bajo un gobierno que
considera que es razonable intentar una negociación bajo amenazas y
vituperación. No está claro cómo se puede lograr así un trato que lleve a un
tratado. Por ejemplo, estamos aun bajo
el mismo régimen en el que Néstor Kirchner canceló la utilización de territorio
continental para vuelos a las islas y ahora la Presidenta Cristina Fernández de
Kirchner quiere introducir un servicio de tres vuelos semanales. No podemos
pensar seriamente que se puede tramitar una serie de vuelos semanales al mismo
tiempo que desde esferas oficiales se insinúa que nuestra Jefa de Estado irá a
Londres a una cumbre de dirigentes internacionales para cantarle las cuarenta
al primer ministro David Cameron. Seguro
que la van a aplaudir y alguien propondrá producir “La Dama de Hierro II”, pero más
allá de esa diversión momentánea, una especie de corte de manga muy argentino,
no vamos a tener de Malvinas ni un solo canto rodado.
Lo único que en una generación podemos ver
como una acción de largo alcance, pensando en los años por delante y no en los
meses inmediatos, fue la resolución lograda por el gobierno del Dr. Arturo
Illia en la Organización de las Naciones Unidas en 1964/5 que impuso a ambas
partes la necesidad de negociar un arreglo que pusiera término al status
colonial de las islas (que a partir de entonces debían ser identificadas como
Malvinas/Falkland). Esa resolución,
alcanzada durante un gobierno al que poco valor político e histórico se le da,
es la que llena la boca de los diversos opinantes cinco décadas después. La
esencia de esa resolución fue descarrilada por nosotros hace tres décadas.
El debate argentino en torno a las Malvinas,
donde es obvio que el discurso siempre comienza (como en este caso) con la
aseveración de que son nuestras, mejoraría
ahora si tomara en cuenta algunas circunstancias menores. No deberíamos mirar a las Malvinas como una
disputa que se puede superar durante el término de gestión de un gobierno. Tenemos que empezar a pensar, en un futuro
más distante que es lo que requiere la política internacional. Los árboles nobles
se plantan para que los disfruten nuestros nietos, sin pensar que nos sentaremos
en su sombra para fines de las vacaciones.
Hay que convencer a los isleños que podemos
ser buenos ciudadanos, más allá de si fuimos malos invasores, prepotentes y
autoritarios. Porque si bien hemos
decidido que no nos gustan los “kelpers” (nombre que los isleños rechazan dado
que proviene de un alga marina, bastante saludable en términos de alimentación
alternativa pero no es agradable persistir en llamarlos yuyos) los isleños
están ahí, desde hace dos siglos y muchos permanecerán aun si la autoridad
británica fuera transferida a la Argentina. Y los derechos y deseos de esa
gente va a tener que ser respetada tal como argumentamos que debemos respetar a
cualquier comunidad en suelo argentino.
Fue interesante la reacción que provocó el
texto de un grupo de diecisiete intelectuales y periodistas, incluyendo a
Beatriz Sarlo, Santiago Kovadloff y Jorge Lanata, entre otros, en la última
semana de febrero. Los firmantes
sostenían la necesidad de una aproximación más mundana a las islas y a sus
habitantes e incluían el argumento que había que respetar sus derechos. Esa opinión, que venía insinuada en dos
columnas de Jorge Lanata, quien también sostenía la necesidad de becas e
intercambios, causó una ola de amenazas e insultos totalmente fuera de lugar. La
estridencia de la crítica creció al punto que el grupo firmante no logró
obtener un recinto en donde presentar su declaración. Un salón fue cedido, pero los dueños de otras
dos o tres salas se negaron, invocando el temor a represalias. Finalmente el
manifiesto no se presentó públicamente porque la fecha de emisión coincidió con
el desastre en la estación Once, de Buenos Aires, 23 de febrero. Al margen de ese hecho terrible que fue
producto en parte de la corrupción reinante, la negativa a ceder espacios para
el evento fue testimonio claro de que hay miedo en la Argentina. Vivimos en una
sociedad con miedo. No se puede negar. Y si hay miedo a presentar una opinión diferente a la sostenida por una
mayoría, ¿es confiable una sociedad o un país donde su gobierno y sus
habitantes niegan que existe el miedo y soslaya las evidencias? Esta es sólo una de varias de esas
“circunstancias menores” mencionada más arriba.
No es posible negociar mientras exista la amenaza del miedo. Simplemente, el miedo es mal consejero.
Vale traer a cuento de lo anterior un
artículo reciente del periodista Carlos Gabetta (ex director de la edición
local de Le Monde Diplomatique) en donde recordaba (diario Perfil, 10 de marzo)
haber firmado un comunicado junto con Julio Cortazar, Osvaldo Soriano y más,
publicado en Le Monde, de París, en mayo de 1982, que decía, a) que las
Malvinas pertenecen a la Argentina, b) que ese hecho es reconocido en todo el
mundo, c) que la dictadura las había invadido por intereses de política
doméstica, d) que la acción de Londres y
el apoyo de Washington parecían haber sido planificados de antes y, e) que la Argentina corría peligro de ver
postergados sus derechos. El comunicado
aquel, que se resume a términos telegráficos, es válido, en parte, aun
hoy. La concreción de los derechos
fueron postergados. Pero el hecho de decirlo en un comunicado, y por decirlo
acentuar la extraña transformación de todo opositor en patriota defensor de la
causa nacional (luego de junio, nadie la apoyaba), valió a los comunicadores
parisinos una catarata de amenazas. Los
argentinos en el exterior reflejaban a sus compatriotas en casa: el que estaba
en desacuerdo era un traidor. Ridículo.
Tampoco podemos decir que la acción de amenazar sea aislada o de “cuatro
loquitos”. Es una práctica muy común a
lo largo y lo ancho de nuestro territorio y no puede ser ignorado. Ignorarlo
nos hace menos confíables.
Donde fallan Gabetta y otros es en el punto
d). No hay evidencia de peso que
demuestre que el Reino Unido quería/necesitaba las islas en marzo de 1982. Lo
que sí había, y la diplomacia argentina no quiso verlo, era un acuerdo de apoyo
entre Ronald Reagan, presidente de EEUU, y la primera ministra Margaret
Thatcher, basado en parte en una gran admiración de Reagan por Thatcher. Agréguese a eso que los dos países sostenían una histórica “relación especial”,
aún a costas de darle las espaldas a lo que era la Comunidad Europea en su
modernización y ampliación. Sin embargo,
Thatcher quería el comercio que le podía dar Europa. Para ello necesitaba una
nación eficiente y sin el peso político de antiguas colonias, aún cuando el
discurso político se remitía a los triunfos imperiales del pasado. En el
patriotismo la derecha siempre supera a la izquierda y su pragmatismo también
permite ignorar a la gesta patriótica. En 1981, Thatcher había reducido el
rango de la ciudadanía de los isleños, que
ya no podían considerarse británicos.
Era parte de la nueva ley de nacionalidad. Podemos creer o cuestionar la validez de
ofertas del Foreign Office transmitidas al embajador argentino Carlos Ortiz de
Rozas, en Londres, hasta último momento en 1982. Hay quienes piensan que los
ofrecimientos de un arreglo fueron una forma de distracción de los
británicos. No parece. Se hablaba de
cogobierno, de administración compartida, etc. Además, el embajador Ortiz de
Rozas ha dicho que sin guerra esas islas ya serían argentinas.
A propósito de la embajada en Londres, un
enviado más reciente, el embajador Federico Mirré, recientemente publicó en
Perfil una serie de artículos sobre Malvinas,
narrando una historia del reclamo argentino pero soslayando la
guerra. No es posible invocar doscientos
años de historia de reclamos si en tiempos recientes se han tomado las armas en
una disputa. El peso político de los
muertos en combate, de los heridos y de la historia de lucha es enorme (aun
cuando los argentinos todavía queramos ignorar a los veteranos, porque nos da
vergüenza que no ganaron).
En tren de hipótesis, o de historia “contrafáctica”
como gusta llamarla don Rosendo Fraga, es interesante preguntar qué hubiera
pasado si, como alguna vez se argumentó,
el plan del general Galtieri y del almirante Anaya era desembarcar, izar
una bandera, saludar y retirarse, con todo el apoyo naval necesario, pero mar
afuera. Hubiera sido un golpe brillante:
habría dado una muestra al mundo de lo que se podía hacer en territorio
reclamado, hubiera sido una demostración de habilidad militar y, lo tremendo,
le hubiera dado la razón a un tipo como Galtieri y sus secuaces. Quizás para bien del futuro de los
argentinos, eso no ocurrió y la aventura fracasó. Cuando se cumplió el desembarco, todo el
generalato argentino corrió a compartir la Etiqueta Negra con el presidente,
todos querían participar, siempre que pareciera tener éxito. (Situación que dio
lugar, en Londres, al retruécano, “¿Cómo se meten cien argentinos en una cabina
de locutorio?” Respuesta, “Se les dice que es de ellos.”)
Y cuándo tengamos las Malvinas, ¿qué haremos?
¿Mandaremos turistas en tres vuelos
semanales y alentaremos a dueños de inmobiliarias que buscan hacerse
millonarios de inmediato arruinando un paraíso natural, simplemente porque,
como la cabina de locutorio, “es de ellos”? Eso también nos puede parecer un
“tema menor”, pero pesa en las negociaciones en un mundo cada vez más
preocupado por la calidad del medio ambiente.
Hay que recordar que esos temas movilizan a una parte importante del
electorado europeo. El miedo a una
perspectiva de descuido y ruina influye en las decisiones. No tienen más que
mirar lo horrible que es la costa Atlántica al sur de Buenos Aires como
evidencia.
Es natural que todo lo dicho aquí pueda
parecer sin importancia en la agenda de una Cancillería que se merece un aplazo
en diplomacia, porque la negociación política internacional sólo trata “asuntos
mayores”. Pero ya no es así en muchas
partes del mundo, y especialmente en la
que nos atañe en este caso. La influencia que tiene una campaña electoral
crítica o negativa es enorme. Claro que están
los 179 años de reclamo argentino, que incluye el intento de Juan Manuel de Rosas de canjear la deuda de
la banca Baring por las islas en 1837, y muchos discursos en la Asamblea de
Naciones Unidas. Pero también hubo una
guerra hace treinta años, que ahora recordamos con dolor, conscientes de que no
es posible dejar a un lado a los muertos, a los héroes, a los veteranos, de
ambos países. La cuestión Malvinas
requiere una nueva forma de negociación.