domingo 8 de abril LA CAPITAL - ROSARIO
Señales De la cultura y la sociedad
Palabras contra el silencio
Uno de los pocos periodistas que contó lo que ocurría durante la dictadura. Tuvo que exiliarse y volvió como corresponsal de un diario inglés en la guerra de Malvinas.
por Osvaldo Aguirre
La noche anterior participó con Eduardo Blaustein y Alicia Simeoni en un panel sobre el rol de la prensa durante la dictadura, en el Museo de la Memoria , y ahora desayuna en el hotel donde se alojó. Pero no muestra el menor apuro, está dispuesto a tomarse el tiempo necesario para recordar una vez más una historia de la que habla por experiencia propia, como redactor que fue del Buenos Aires Herald, en los años más difíciles, y como autor de un libro insoslayable, Memoria del miedo.
—La experiencia del Buenos Aires Herald durante la dictadura siempre está actualizándose. ¿Cuál es tu recuerdo?
—El Herald era un diario de colectividad, metido en sus cosas. Pero desde sus comienzos, en 1876, siempre hizo comentarios sobre la actualidad nacional y tuvo una actuación bastante respetable durante el primer peronismo. Los viejos contaban que ya entonces se podían leer en el Herald los artículos que no se podían leer en otra parte. La dictadura fue su época de gloria, y se dio accidentalmente. No hubo ninguna decisión formal, de decir “hoy hacemos oposición, hoy hacemos crítica del gobierno, nos vamos al enfrentamiento con el gobierno militar”. Las cosas no suceden a propósito. Un medio puede tener una posición, pero meterse en un lío es accidental; nadie arriesga a una empresa. Hay que aclararlo: el Herald estaba con el golpe, como lo estaba de una forma o de otra el 95% del país, aunque ahora nadie lo quiera reconocer, como casi nadie reconozca que votó a Menem o votó a Cristina. Hasta los Montoneros estaban con el golpe, porque tenían en claro al enemigo. Muy pocos vieron lo que se venía, excepto cierta clase social, porque fue la que maquinó el golpe. Esa noche en que salió el helicóptero de Casa Rosada, pareció que una nube negra, un gran silencio, descendía sobre la ciudad. Y a las 48 horas empezaron a llegar las noticias.
—¿Cuáles fueron las primeras noticias, cómo llegaban a la redacción?
—Alguien nos contó que habían tirado de un edifi cio a un dirigente peronista. Los militares dijeron que allanaron la casa y que intentó fugarse por un balcón. Después me llama una mujer que había sido amiga de mi padre, diciendo que estaban torturando al yerno en la posta naval de Zárate. Robert Cox, el director del Herald, me dice: “bueno, si esta mujer era amiga de tu padre vamos a verla, que nos cuente la historia, si podemos hilar algo en este silencio”. Así empezamos.
—¿Al regresar al país, en 1982, por la guerra de Malvinas, tuviste otra vez la experiencia del miedo de la dictadura?
—Para un angloargentino como yo la guerra era como que mis padres se divorciaran. Yo pertenezco a dos culturas, nací con dos pasaportes. Desde mi niñez me preguntaban en el pueblo: “Che inglés, si Argentina e Inglaterra van a la guerra, ¿de qué lado vas a estar?”. Yo me enojaba: “pero no sean infelices”. Y de repente eso había sucedido. Yo volvía a la Argentina como corresponsal de The Guardian, un diario que me cobijaba y que me enviaba con la vieja advertencia de que no gastara mucho dinero y que no cayera en cana (risas).
—¿Qué opinás sobre la declaración de diecisiete intelectuales y periodistas a favor de la autodeterminación de los kelpers?
—Están en lo correcto en manifestarse. No sabemos cómo va a ser la negociación que algún día, cuando tengamos bisnietos con bigotes, pueda llegar a un acuerdo de gobierno tripartito, de transición, de dos banderas. Los diecisiete están expresando una situación que es: rompamos con los clichés de siempre. Hay 3 mil personas que están en las Malvinas, tienen asentamientos que establecen derechos, simplemente por estar. Un siglo y medio lo permite. Entonces hay que respetar esa situación. Creo que los nietos de Cristina podrán ver la negociación para llegar a una situación en que las Malvinas sean argentinas; me parece razonable pensar en esos términos. Ahora no lo va a conseguir, porque hay mil muertos y el peso político de los muertos es tremendo. En una negociación de Malvinas no se pueden separar ni los isleños, ni el medio ambiente, ni la historia desde 1833 ni los acuerdos que funcionaron, como el que logró Arturo Illia en 1964, cuando logró que las Naciones Unidas invitara a las dos partes a dialogar sobre la descolonización.
—A 36 años del último golpe, ¿qué permanece de la dictadura?
—Lo que queda de la dictadura es la economía. El programa de Adalbert Krieger Vasena, durante el gobierno de Onganía, que heredan Martínez de Hoz y Menem y que todavía no hemos despejado. Kirchner fue menemista tanto más que cualquiera, un poco como Tony Blair, en Inglaterra, que fue el mejor alumno de Margaret Thatcher; el primer ministro laborista terminó siendo mejor sucesor de Thatcher que los propios conservadores. Todavía tenemos muy presente a la dictadura en la economía.